MISIÓN.
A GARDEN THRU EXTINCTION es un proyecto que comenzó a conceptualizarse en noviembre de 2022 y que surge del compostaje de varias incomodidades.
Por un lado, el proyecto se enraíza en la búsqueda de respuestas prácticas a una agonía global definida por la crisis climática, política y social.
Por otro lado, brota de una necesidad de explorar lo artístico por fuera de las prácticas, nociones y dispositivos que se muestran como inamovibles, como son la autoría, la disciplinariedad, la exposición o la noción de obra; y aproximarse a una consideración de las prácticas artísticas más abierta, transversal y situada.
Por otra parte, florece en la pertinencia de intervenir en el marco epistémico antropocentrista, que sitúa lo humano en una posición de dominación y explotación desenfrenada del entorno, cuyo impacto en la perdida masiva de biodiversidad enmarca la precipitación de la sexta gran extinción.
Por otro lado, brota de una necesidad de explorar lo artístico por fuera de las prácticas, nociones y dispositivos que se muestran como inamovibles, como son la autoría, la disciplinariedad, la exposición o la noción de obra; y aproximarse a una consideración de las prácticas artísticas más abierta, transversal y situada.
Por otra parte, florece en la pertinencia de intervenir en el marco epistémico antropocentrista, que sitúa lo humano en una posición de dominación y explotación desenfrenada del entorno, cuyo impacto en la perdida masiva de biodiversidad enmarca la precipitación de la sexta gran extinción.
El proyecto pretende abordarse a través de la investigación artística, rizomando propuestas prácticas de investigación, acción comunitaria, talleres e intervenciones para abordar otras formas de afecto, coexistencia y relación con lo no humano, a través del concepto de “jardín” como espacio de simbiosis y máxima interacción entre especies y entorno.
AJARDINAR EL SABER. TERNURA, CUIDADO Y COEXISTENCIA ECOLÓGICA PARA REENCANTAR LA RELACIÓN CON EL ENTORNO.
Derek Jarman decía que la jardinería era una práctica central en su vida, con la que podía habitar otra temporalidad y cuidar de sí en la erosión de sus últimos años. A través del afecto con otros seres, a los que se unía desde el cuidado y la amistad, encontró en la jardinería un lugar en el que las cosas tenían un sentido mágico; y donde podía compartir su existencia con las coles marinas, las aves y los reptiles de Dungeness. Así, con su intervención jardinera invocó una comunidad viva y resiliente en un lugar de naturaleza infértil, tradición pesquera y colonizado por la industria nuclear.
Aquella fragilidad que transitó Derek a través de su jardín, nos recuerda cuán voluble es el estado de las cosas, la facilidad imprevisible con la que se quiebra la existencia y la importancia del cuidado ante esa vulnerabilidad del mundo.
Muchos siglos antes, Epicuro creó una escuela llamada El jardín, en la que se utilizaba aquel espacio orientado a la horticultura como lugar estable desde el que cuidar del saber y la práctica filosófica, lo que para él no tenía que ver con el descubrimiento de la verdad, sino con la puesta en marcha de un aparato crítico y una praxis vital a través de la que cohabitar el mundo y relacionarse con lo existente por fuera de la tradición mitológica y los mandatos de la gran urbe, tomando lo sensorial como principio de conocimiento para recuperar las interdependencias que la ciudad había proscrito.
Tanto Epicuro como Derek Jarman, vieron en el jardín un lugar en que rehacer su relación con el mundo a través del cuidado y la coexistencia, y establecer lazos de afecto con los que brindarse un conocimiento profundo de lo que les rodeaba.
Aquella fragilidad que transitó Derek a través de su jardín, nos recuerda cuán voluble es el estado de las cosas, la facilidad imprevisible con la que se quiebra la existencia y la importancia del cuidado ante esa vulnerabilidad del mundo.
Muchos siglos antes, Epicuro creó una escuela llamada El jardín, en la que se utilizaba aquel espacio orientado a la horticultura como lugar estable desde el que cuidar del saber y la práctica filosófica, lo que para él no tenía que ver con el descubrimiento de la verdad, sino con la puesta en marcha de un aparato crítico y una praxis vital a través de la que cohabitar el mundo y relacionarse con lo existente por fuera de la tradición mitológica y los mandatos de la gran urbe, tomando lo sensorial como principio de conocimiento para recuperar las interdependencias que la ciudad había proscrito.
Tanto Epicuro como Derek Jarman, vieron en el jardín un lugar en que rehacer su relación con el mundo a través del cuidado y la coexistencia, y establecer lazos de afecto con los que brindarse un conocimiento profundo de lo que les rodeaba.
Silvia Federici señala como “El gran empobrecimiento” a la pérdida sustancial de ese saber profundo en relación al entorno, ligada a la cosificación de las relaciones con el territorio que han derivado igualmente en una pérdida masiva de biodiversidad. Por ello, propone el concepto de “re-encantamiento” para pensar formas comunitarias de organizarse y relacionarse con lo existente, así como de producción de un saber no empobrecido que fugue del marco de conocimiento propio de la contemporaneidad, definido por la absoluta dependencia y enajenación de los cuerpos que se inscriben en el sistema capitalista; y en esta producción de encantamiento reivindica los movimientos y propuestas que tengan por objetivo la ruralización del mundo y la reconexión con el saber que el capitalismo ha expropiado históricamente.
A través de la práctica artística podemos abrazar los procesos de experimentación con lo alternativo, alejándonos de la lectoescritura como modo predilecto de relacionarse con el conocimiento; y apoyándonos en ella como vía para la exploración de aquello cuya tendencia es a no existir o a desaparecer. Por ello, recurrir a las prácticas artísticas resulta pertinente en la experimentación con otras formas de subjetividad, como lo sería un saber ajardinado hacia el afecto, el sentido comunitario y el cuidado de la fragilidad inherente a la existencia.
A través de la práctica artística podemos abrazar los procesos de experimentación con lo alternativo, alejándonos de la lectoescritura como modo predilecto de relacionarse con el conocimiento; y apoyándonos en ella como vía para la exploración de aquello cuya tendencia es a no existir o a desaparecer. Por ello, recurrir a las prácticas artísticas resulta pertinente en la experimentación con otras formas de subjetividad, como lo sería un saber ajardinado hacia el afecto, el sentido comunitario y el cuidado de la fragilidad inherente a la existencia.
AFECTARSE, ACENTUAR
LOS MÁRGENES, HABITAR LO SIMBIÓTICO.
AFECTARSE.
Al abordar los proyectos a través de procesos, la experiencia resulta mucho más transformadora que a través de la recepción de un objeto estático, al darse la posibilidad de establecer agencias de una manera encarnada. De esa manera, se permite hacer de la propia práctica un espacio de pensamiento profundo y situado, en el que se aprovecha mejor la entropía que se desprende a través del hacer.
Involucrarse en los procesos tiene un gran valor performativo, al tejer in situ una relación significativa con el entorno de manera sensorial; generando así un relato que discurre a través del afecto, y que activa además formas de autoconocimiento a través del uso del cuerpo y su agencia con otras existencias.
Ver, oler, oír, tocar y compartir son acciones fundamentales en torno al jardín, accesibles de manera muy intensa mediante la experiencia reflexiva de ajardinar, que permiten enraizar una relación de afecto con la propia práctica y el entorno, con efectos transformadores de subjetivación hacia una ética afectiva y de cuidado del entorno.
ACENTUAR LOS MÁRGENES.
Las zonas marginales presentan mayor interés. Porque en ellas se produce el encuentro entre una gran diversidad de agentes, al tratarse de espacios transicionales entre diferentes comunidades y existencias. Explorar, acentuar y amplificar esas áreas de intersección resulta pertinente a la hora de generar un espacio de confluencia en el que apoyarse a la hora de desdibujar las dicotomías tradicionales y clasificaciones excluyentes del pensamiento.
En ecología, se llama “ecotono” a la zona de encuentro entre diferentes ecosistemas. Es la zona de máxima interacción y coexistencia entre las comunidades que lo habitan; donde se produce un entorno que protege la biodiversidad a través de relaciones de interdependencia.
Desde el diseño de esas zonas liminales, el jardín nos permite conjugar un relato de simbiosis y una referencia de coexistencia ecológica, interdependencia y colaboración; así como una alternativa a las narrativas de dominación, competencia y rendimiento, al disponer un ecotono en el que lo humano y lo no humano se cruzan, las disciplinas se entrelazan y donde diferentes perspectivas se encuentran en un territorio común.
Al abordar los proyectos a través de procesos, la experiencia resulta mucho más transformadora que a través de la recepción de un objeto estático, al darse la posibilidad de establecer agencias de una manera encarnada. De esa manera, se permite hacer de la propia práctica un espacio de pensamiento profundo y situado, en el que se aprovecha mejor la entropía que se desprende a través del hacer.
Involucrarse en los procesos tiene un gran valor performativo, al tejer in situ una relación significativa con el entorno de manera sensorial; generando así un relato que discurre a través del afecto, y que activa además formas de autoconocimiento a través del uso del cuerpo y su agencia con otras existencias.
Ver, oler, oír, tocar y compartir son acciones fundamentales en torno al jardín, accesibles de manera muy intensa mediante la experiencia reflexiva de ajardinar, que permiten enraizar una relación de afecto con la propia práctica y el entorno, con efectos transformadores de subjetivación hacia una ética afectiva y de cuidado del entorno.
ACENTUAR LOS MÁRGENES.
Las zonas marginales presentan mayor interés. Porque en ellas se produce el encuentro entre una gran diversidad de agentes, al tratarse de espacios transicionales entre diferentes comunidades y existencias. Explorar, acentuar y amplificar esas áreas de intersección resulta pertinente a la hora de generar un espacio de confluencia en el que apoyarse a la hora de desdibujar las dicotomías tradicionales y clasificaciones excluyentes del pensamiento.
En ecología, se llama “ecotono” a la zona de encuentro entre diferentes ecosistemas. Es la zona de máxima interacción y coexistencia entre las comunidades que lo habitan; donde se produce un entorno que protege la biodiversidad a través de relaciones de interdependencia.
Desde el diseño de esas zonas liminales, el jardín nos permite conjugar un relato de simbiosis y una referencia de coexistencia ecológica, interdependencia y colaboración; así como una alternativa a las narrativas de dominación, competencia y rendimiento, al disponer un ecotono en el que lo humano y lo no humano se cruzan, las disciplinas se entrelazan y donde diferentes perspectivas se encuentran en un territorio común.
El jardín, en tanto que ecotono, materializa un espacio de convergencia entre múltiples especies, comunidades y prácticas. Es un espacio diseñado para la intersección, no sólo entre plantas y humanos, sino que incluye a todos los organismos presentes en el suelo que se benefician de la presencia de las plantas.
HABITAR LO SIMBIÓTICO.
De esta manera se puede entender el jardín como un espacio curatorial de convergencia con otros seres y formas de hacer. Y por ello, permite catalizar procesos y prácticas de cuidado, colaboración y coexistencia; y como efecto subjetivo, desantropocentrar el pensamiento.
Este marco antropocéntrico, totalmente fundacional en la cultura y el pensamiento de la modernidad, ha prevalecido narrativamente a lo largo del desarrollo capitalista, poniendo lo humano en el centro del mundo y configurando una imagen del entorno totalmente racionalizada, desmitificada y cosificada para sostener lo que nos rodea como recurso para su dominación y explotación sin reservas.
Tender redes hacia lo no humano, como ejercicio de simbiosis, sirve para conjugar un espacio narrativo alternativo al de la dominación del entorno y la competencia por la subsistencia, en el que poder apoyarse para extraer nuevas mitologías simbiontes.
En ese sentido el jardín, como espacio simbiótico privilegiado, sirve como bisagra para cultivar lazos de afecto y confluencia con otras especies. A través del jardín, es posible rehacer una relación alternativa con el entorno basada en el encantamiento, y confrontar la imagen hegemónica del orden natural-racional de las cosas.
HABITAR LO SIMBIÓTICO.
De esta manera se puede entender el jardín como un espacio curatorial de convergencia con otros seres y formas de hacer. Y por ello, permite catalizar procesos y prácticas de cuidado, colaboración y coexistencia; y como efecto subjetivo, desantropocentrar el pensamiento.
Este marco antropocéntrico, totalmente fundacional en la cultura y el pensamiento de la modernidad, ha prevalecido narrativamente a lo largo del desarrollo capitalista, poniendo lo humano en el centro del mundo y configurando una imagen del entorno totalmente racionalizada, desmitificada y cosificada para sostener lo que nos rodea como recurso para su dominación y explotación sin reservas.
Tender redes hacia lo no humano, como ejercicio de simbiosis, sirve para conjugar un espacio narrativo alternativo al de la dominación del entorno y la competencia por la subsistencia, en el que poder apoyarse para extraer nuevas mitologías simbiontes.
En ese sentido el jardín, como espacio simbiótico privilegiado, sirve como bisagra para cultivar lazos de afecto y confluencia con otras especies. A través del jardín, es posible rehacer una relación alternativa con el entorno basada en el encantamiento, y confrontar la imagen hegemónica del orden natural-racional de las cosas.